VENCIENDO LA TENTACIÓN
La tentación tiene dos componentes fundamentales (de ello depende su efectividad sobre nosotros), una componente externa: Satanás o el tentador como le llama la escritura y la interna la cual expondremos a continuación. Dice el escritor Santiago: “…sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido…” (Santiago 1:14). No es difícil interpretar aquí, que para que tenga efecto una tentación debemos de ser atraídos y seducidos sobre la base de un deseo ya existente en nosotros, por tanto la componente interna de la tentación es definida como concupiscencia.
Ahora bien, el ser seducido nos da la idea de que somos víctimas de invitaciones constantes y sin escrúpulos para lograr efectos no deseados por nosotros. No es lo mismo hablar de una mujer atractiva que de una mujer seductora. La primera es aquella que tiene ciertas características que le hacen notar como tal, pero la segunda da la idea del tipo de persona que usa estas cualidades o atractivos para lograr ciertos objetivos, es la que se aprovecha de lo que tiene, para lograr lo que quiere; es decir, es una persona calculadora que se vale de artimañas y trata de sacarle partido a cada oportunidad.
Cada invitación al mal viene saturada de esta característica, para que seamos atraídos y seducidos, la invitación debe de ser atractiva y seductora. No olvidemos que la Biblia habla de deseos engañosos (Efesios 4:22) dejándonos ver que no somos invitados a pecar (literalmente hablando), pues un cristiano se negaría rotundamente, la estrategia usada es seducirnos y esto no es más que estimular (exacerbar) de forma tal nuestras emociones y sentimientos, que terminamos creyendo que vale la pena unos segundos de placer a mantener lo que hemos logrado sobre la base del sacrificio de Cristo; en este caso lo que el Diablo no nos dice es que podíamos pasarnos millones de veces el tiempo de placer que tuvimos, para restaurarnos de la caída.
Ser tentados sobre la base de los malos deseos que alberga el corazón, nos dice que el maligno no hará otra cosa que invitarnos a pecar con lo que nos gusta; es decir, la sustancia combustible está dentro nuestro y la sustancia comburente la pone Satanás. ¿Cuán errados hemos estado al enfocar nuestras armas hacia el lugar equivocado? Como seres limitados que somos nada podemos hacer para que la componente externa deje de funcionar, ese es su trabajo hasta que sea echado en el lago de fuego.
Nuestra responsabilidad está en ser de corazones limpios, es poner nuestro corazón bajo tratamiento, no olvidemos la declaración del mejor cardiólogo que tiene la historia: “…Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez…” (Marcos 7:21:22), no olvidemos que “…engañoso es el corazón más que todas las cosas…” (Jeremías 17:9).
Dijera Jesús también: ”…El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca...” David estaba consciente de esta realidad, decía: “…Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado…” (Salmos 66:18).
“…Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado siendo consumado, da a luz la muerte…” (Santiago 1:15). Aquí se muestra detallado el proceso tentación-pecado, proceso que al estudiarlo tocaremos en detalles ese subproceso llamado concebir, y los peligros que trae: “…después que concibe da a luz el pecado...” Que la concupiscencia conciba, no es otra cosa que esta propicie a que aparezca un pequeño embrión del pecado que nacerá después.
Apoyándonos en el ejemplo de una mujer que concibe en su vientre un niño, tengamos en cuenta que para que una mujer conciba han de haber sido creadas condiciones fisiológicas en su interior y llegar al acto sexual con su compañero, sino sería imposible que algo así sucediese. Hemos introducido un término que vale la pena analizar por su importancia en este proceso: condiciones creadas para que conciba la concupiscencia. De la misma forma que se usan anticonceptivos para evitar embarazas, si nosotros evitamos que la concupiscencia conciba a través de métodos adecuados estaríamos resolviendo el asunto del pecado, de igual manera, evitando que se creen las condiciones obtendríamos el mismo resultado. Veamos algunas condiciones que propician tales cosas:
CONSIDERAR LA TENTACIÓN
Considerar la tentación definitivamente es uno de los pasos más peligrosos que se puedan dar frente a una invitación atractiva y seductora. Cuando esto sucede dejamos que sea la carne la que decida por nosotros pues comenzamos a valorar conforme a nuestros apetitos y conceptos, y sacamos nuestras propias conclusiones humanas al respecto. Considerar la tentación es valorar si vale la pena o si la tentación es tan tentadora como se muestra. Aunque muchas veces lo hacemos con cierta predisposición a no caer, comenzamos a alimentar nuestra concupiscencia y esto es crear las condiciones para que conciba.
Usted no será el primero(a) que lo haga y mucho menos el primero(a) que caiga. Eva nos podría dar su experiencia al respecto, dice la escritura que invitada a comer del árbol prohibido “vio que este era bueno para comer y que era agradable a los ojos” y seguidamente la escritura nos alerta de lo que sucede: “tomó de su/ruto y comió y dio también a su marido” Gen 3:6. Considerar la tentación es obrar con nuestra sabiduría en un asunto en el cual ya han sido dadas las reglas, es considerar con nuestras facultades lo Dios ha considerado pecado, es poner nuestras voluntades por encima del creador. Al considerar la tentación estamos arriesgándonos a que se emboten nuestras capacidades para discernir los engaños de pecado, no olvidemos la forma en que son hiperbolizadas nuestras emociones e inclusos sentimientos.
JUGAR CON LA TENTACIÓN
El jugar con la tentación es un tema tratado en la Biblia y figura en ella dentro del contexto de una advertencia muy singular. Jugar con la tentación no es otra cosa que exponerse conscientemente a ella, es acercarnos confiando en nuestras capacidades para no ceder. Nosotros lo seres humanos somos muy buenos en jugar con la tentación, a lo largo de la historia nos hemos hechos expertos en esta tipo de juego más que en otros.
La forma más práctica de mostrar este hecho le llamaremos búsqueda de límites. Esto no es otra cosa que poner límites en el área de la tentación, no es difícil encontrar en los jóvenes cristianos la pregunta: ¿hasta dónde puedo tocar a mi novia sin llegar a pecar? ¿Romántica del mundo?
¡Creo que mirar películas con ciertas cargas de sexo y violencia no me dañará pues no podemos estar al margen de lo que sucede a nuestro alrededor, lo que Satanás no nos aclara al respecto es que somos muy malos poniendo límites y siempre terminamos poniéndolos en los niveles que más nos comprometen, vedando así, que Dios está en contra de esta práctica.
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